miércoles, 21 de mayo de 2014

30 Años de Democracia


El largo aliento de los 30 años transcurridos desde el 10 de diciembre de 1983, se presenta como un obstáculo difícil de dejar de lado al momento de reseñar aunque sea lacunarmente los momentos que han signado, para bien o mal, el decurso democrático. El “Nunca Más” en tanto piedra de toque político moral frente a la larga y horrenda noche de la dictadura cívico, militar, eclesiástica; el Juicio a las Juntas; Las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo; la emergencia de múltiples voces multiplicadas a su vez en centenares de libros que llegaban para dar cuenta de las atrocidades del gobierno de facto; la lenta recomposición de la política como herramienta fundamental; el desembarco del neoliberalismo que en un personaje ajeno a todo escrúpulo, Carlos Saúl Menem, encontró la posibilidad de alzarse con la primera magistratura nacional, y con ello instalarse como único discurso posible de hacerse oír; el desplazamiento de millones de argentinos a posiciones marginales en el ingreso nacional, con su correlato de enriquecimiento inaudito para la minoría dominante; la matriz modernista y al mismo tiempo reaccionaria que implementaba avances tecnológicos con la imposibilidad de acceso a los mismos a las grandes mayorías; el gobierno de la Alianza que imposibilitado desde su propia epísteme, no podía ver que la profundización del modelo legado por Menem lo acorralaba hasta llevarlo a su crisis terminal; la masacre de 39 manifestantes en los días 19 y 20 de diciembre; la sucesión de presidentes sin legitimidad y la llegada a la Casa Rosada de un flaco desgarbado que venía del sur. Y del sur un viento de cambio que puso sosiego a los inenarrables dolores de las clases populares. Y así como el lento levantamiento de los pueblos coloniales comenzó a marcar el fin de un tipo de imperialismo en el siglo XIX; en el siglo XXI la llegada de Néstor Kirchner alentó la paulatina incorporación de nuevos actores a la discusión por el “modelo” de país que la hora indicaba como necesario, y eso a su vez puso en violento alerta a quienes comenzaron a perder privilegios. El hombre que prometía no dejar sus principios en la puerta de la Casa de Gobierno, los puso sobre la mesa, en el centro de la agenda pública. Se cumplían 20 años de democracia, y el concepto por fin comenzaba a llenarse de contenido real, no meramente enunciativo, nominal y vacuo.
El pasado inmediato y mediato, adquirió con Néstor Kirchner otro estatus, dejó de ser ese lastre innecesario que los adoradores de lo dado y el presente continuo desestimaban por pisado, para convertirse en el rescoldo de un fuego que conservaba los rasgos centrales de nuestra identidad, nuestra memoria y nuestros sueños de un país justo, libre y soberano.
A los planteos racionalistas de base puramente económica le aparecieron contrincantes ocultados y/o escamoteados de la historiografía que circulaba en los vectorizados intereses de los medios de comunicación y ciertas academias: Hegel y Jauretche. El primero diciendo a principios del siglo XIX que “nada grande se ha hecho en el mundo sin una gran pasión”; el segundo en el siglo XX sosteniendo que “nada grande se puede hacer con la tristeza”.  Y vaya si el Flaco llegó con una gran pasión y alegría. Y contagió a millones inmediatamente, el mismo 25 de mayo de 2003, en su discurso de asunción cuando dijo: "No creo en el axioma de que cuando se gobierna se cambia convicción por pragmatismo. Eso constituye en verdad un ejercicio de hipocresía y cinismo. Soñé toda mi vida que éste, nuestro país, se podía cambiar para bien. Llegamos sin rencores, pero con memoria. Memoria no sólo de los errores y horrores del otro, sino también es memoria sobre nuestras propias equivocaciones. Memoria sin rencor que es aprendizaje político, balance histórico y desafío actual de gestión”.
Por vez primera, en dos décadas de ejercicio formalmente democrático, un presidente hablaba de un modo distinto, profundo y ancho. Lo que generó que la devolución del pueblo fuera inmediata, de la escueta legitimidad que le había proporcionado el caudal de votos por los cuales llegó a la presidencia, pasó a cosechar adhesiones que superaban el 60 por ciento en todos los registros. Y con ese apoyo se lanzó a darle carácter empírico e institucional a las ideas que traía para cambiar, como cambió, para bien el curso de nuestra historia. Una somera enumeración –de la que querríamos escapar por conocida pero no podemos por necesaria– nos pone frente a una verdadera revolución en el exacto contenido de la palabra: la política de Derechos Humanos, implementada con todas las garantías fronteras adentro; explicada con detallada perfección dentro y fuera, fue el primer indicador del gran cambio. En su discurso en Naciones Unidas en septiembre de  2004 diría: "Nuestra política de derechos humanos se ubica en uno de los puntos nodales para la solución de lo que son nuestros males y tiene que ver con una propuesta de avanzar en una sociedad respetuosa de la  Constitución y las leyes. Sin impunidad de ningún tipo en la que la democracia, la seguridad jurídica, la equidad social se reconozcan como mutuamente dependientes”.
La democratización de la Corte Suprema de Justicia correría paralelo a estos nuevos y ansiados vientos de reparación y justicia que desde 1976 se esperaban. Y esa misma y cálida corriente de aire nuevo pasó por el peor símbolo de la Dictadura, la ESMA, donde Néstor fue a desbaratar la ignominia con forma de cuadros. 
Y con el mismo afán, el de ampliar derechos, modificó tras varias décadas que parecieron siglos el rumbo de la política económica poniendo el eje en la producción nacional y el consecuente trabajo argentino. Esa nueva mirada impactó también con los organismos multilaterales de crédito, que hasta no hacía mucho diseñaban no sólo las estrategias del banco central y la cartera económica sino hasta los planes de estudio. Vivir con lo nuestro, título de un buen libro de Aldo Ferrer, pasó por la valiente acción de Néstor en vivir por lo nuestro. En defensa de lo nuestro.
La profundización de la mirada sobre lo argentino, lo nuestro, se extendió a Latinoamérica. Baste como ejemplo la Cumbre de Las Américas desarrollada en Mar del Plata en 2005, donde Néstor con su estilo directo sostuvo: "Un acuerdo no puede ser un camino de una sola vía de prosperidad en una sola dirección. No puede resultar de una imposición en base a las relativas posiciones de fuerza. En el ejercicio responsable del liderazgo de los EEUU, debe considerar que las políticas que se aplicaron no solo provocaron miseria y pobreza una gran tragedia social, sino que agregaron inestabilidad institucional y regional que provocaron la caída de gobiernos democráticamente elegidos."
El pueblo de la América Grande volvía a la Historia, y lo hacía de la mano de gobiernos como el de Néstor, Lula, Chávez…
El pueblo en Argentina, las grandes masas marginadas por los gobiernos que habían precedido al de Néstor, también retomaba su lugar en la Historia. Y no era retórica ni mucho menos, era la posibilidad de volver a tener voz, a ser contemplados en las políticas públicas, a dejar el desértico ser en sí a donde habían sido violentamente empujados para recobrar el ser para sí y el ser para otros. El gobierno, por fin tras décadas, al colocarlos en el centro de su acción, les devolvía la subjetividad y al mismo tiempo el carácter colectivo y de clase que les habían sido robados a sangre y fuego primero, y a tinta y mentira después durante los casi 30 años transcurridos desde 1976.
La llegada de Cristina obró como garante de la continuidad y profundización de la revolución en marcha. Va de suyo que si bien se había logrado muchísimo, el sector al que nominaremos como adepto a la “restauración conservadora” aguardaba apoltronado en su dinero y poder mediático. Su momento. Le llegaría en 2008 con la resolución 125, que operó como excusa y desató en desproporcionada reacción un lock out patronal pocas veces visto que literalmente paró al país, y la paradojal puesta en escena de quien había sido elegido vicepresidente de Cristina con su famoso y lamentable voto “no positivo”. La cobardía, ese asunto de los hombres, no de los amantes, canta Silvio Rodríguez y nada describe mejor. No obstante la fortaleza de espíritu de Cristina Fernández, y la batería de innovadoras propuestas a disposición, volvieron a poner el destino de las agendas (la Pública y la sistémica) en manos del gobierno. La reestatización de Aerolíneas Argentinas, por poner un ejemplo, cifra claramente lo que se argumenta aquí. A los pregoneros de la restauración conservadora, el envalentonamiento les llegaría hasta las elecciones del 2009, donde obtendrían un pingüe triunfo que duraría lo que la voluntad de tenerlo en tapa a los grandes medios de presión periodística, duró.  
La muerte de Néstor Kirchner fue el golpe más duro y artero que sufrió el campo popular en esta década ganada. Y al mismo tiempo, también fue y no caben dudas, la ratificación de escribir, como quería Nietzsche, lo que se ama con la propia sangre, y vaya si Néstor puso su sangre en la historia de los últimos años en la argentina que contribuyó a escribir.

El “decisionismo” de Cristina
Frente al mismo concepto, elaborado por Ricardo Forster, se abalanzan dos miradas diametralmente opuestas, las que se corresponden naturalmente con el modo opuesto en que cada sector ve el país. 23, 46, 54, no son números caprichosos, son la ratificación del apoyo que la ciudadanía fue otorgándole ascendentemente al kirchnerismo. Por eso no debiera extrañar que tome decisiones, y que esas decisiones profundicen el rumbo. Si por lo realizado, cada vez se obtiene mayor apoyo electoral en elecciones presidenciales, no hay o no puede haber otro camino que el de hacer más y mejor de lo hecho. Así ha hecho Cristina: tras el lock out sojero patronal, Ley de medios Audiovisuales para democratizar la expresión periodística ampliándola (a la fecha más de 100.000 puestos de trabajo se han generado desde su promulgación en octubre de 2009); en noviembre del mismo año la Asignación por Hijo. Antes, claro, y para no dejar de nombrar esta decisión trascendental, la reestatización del sistema jubilatorio prácticamente cooptado en su totalidad por las degradantes AFJP.
Y, tal como lo había dicho Néstor en su momento, no se lo perdonaron. Néstor aseguraba que a su gobierno las grandes corporaciones y los grandes medios de comunicación no le perdonaban los aciertos, del mismo modo que habían aplaudido los “errores” de los gobiernos anteriores a él. Y uno de los mayores lo fue el festejo por el Bicentenario, luz que vio con potencia de adelantado Cristina, y que sirvió para encauzar a favor de las mayorías un momento en la permanente batalla cultural.
Tampoco, claro, la corporación mediática le perdonó a Cristina la distribución de netboock en los colegios públicos. Primero sancionando desde una calidad moral que no tienen, el “atraso” que en el tema tenía Argentina respecto de Uruguay. Luego, cuando nuestro país superó por millones la cantidad de aparatos entregados a nuestros vecinos allende el Río de La Plata, cuestionando el “uso” que los beneficiarios del gigantesco y maravilloso plan de distribución de posibilidades tecnológicas hacían de las PC portátiles. Faltó que sugirieran que le sacaban el parquet para comerse unos choripanes.
Lo mismo sucedió con la reestatización de YPF. Para los nacidos en los años 90, era nada más que un acrónimo que oficiaba de sponsor en los grandes medios de presión periodística, o la marca de una estación de servicio. Para los que hemos vivido algo más era la sigla que daba cuenta de nuestros Yacimientos Petrolíferos Fiscales, símbolo de la capacidad innegable de producir una buena parte de la energía que motoriza el desarrollo y el crecimiento.
Como toda evocación de largo o mediano plazo, esta que hacemos en estas pocas líneas bordea los peligrosos caminos de la saturación. Y también, claro, los de la extrema síntesis que deje fuera mojones importantes.
Lo cierto es que estamos transitando el período más largo en la historia argentina de sucesión absolutamente democrática y ese es un dato no menor. Y un tercio de ese tiempo transcurrido es, para quien suscribe, el mejor tiempo vivido y uno de los dos mejores de toda la historia del país. Menuda empresa para darle trazo, aunque sea grueso, en un puñado de páginas. Sirvan estos párrafos como excusa y disculpa por lo dejado en descuido.
El 10 de diciembre no será una fecha más en el ya viejo calendario de la celebración de los Derechos Humanos que en 1948 comenzó en París. Será también el momento en que se cumplan tres décadas de la asunción de Raúl Ricardo Alfonsín a la presidencia tras la larga y oscura noche de horror de la dictadura genocida; los diez años del inicio del gobierno de Néstor Kirchner; un nuevo aniversario de la muerte de uno de los personajes más aberrantes de la historia reciente, Augusto Pinochet, símbolo exactamente contrario a cuanto se enumera y festeja en las palabras vertidas aquí, y los seis años de gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.
Que se han cometido errores, no hay dudas. Tampoco las hay de que se intentan corregir. Pero menos dudas hay de que vamos por más, porque  se ha hecho mucho pero no todo. Es la deuda que tenemos con la sangre de Néstor, y con los que todavía esperan por la inclusión. Y, claro, también porque agazapados detrás de los grandes medios de comunicación, las bayonetas modernas para el asalto al poder, se encuentran los que quieren restaurar todos los privilegios que han ido perdiendo en favor de las mayorías.

¡Es la lucha de ayer, de hoy y de mañana. Ni un paso atrás!

Miguel Ángel Gargiulo

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