La princesa Sherezade alcanzó fama universal merced
a las historias que le contó, según esa maravilla árabe encuadernada en formato
de libro, al Rey Shahriar. Sencillito y por las trilladas piedras de la
exégesis, retomaremos aquello de que con cada relato, la hija del visir ganaba
un día más de vida entreteniendo a la muerte. Un ejercicio no de cura al mal
que la aquejaba (el hado maléfico y sangriento del rey), sino de vano placebo
coyuntural: la pingüe concesión que le otorgaba la existencia le servía
casi exclusivamente para pergeñar un nuevo relato y de ese modo, ganar un nuevo
día... para enhebrar un nuevo relato, y así. Una recurrencia sistémica a
la invención, como exclusiva salida a su drama. Pero parcial, porque
aquello que se aleja de la verdad, no puede aspirar a obtener carácter
universal.
Nuestra realidad política parece traernos ecos patéticos de
aquellos cuentos formidables y anónimos. Solo que no hay reyes ni princesas,
hay una cada vez menos licenciosa corporación mediática con intenciones de
mantener su "reinado"; y un gobierno nacional y popular (que no será
el mejor que podemos tener, pero acaso es el mejor que hemos tenido) con
ganas de extender los dominios de la democracia.
El paralelismo (aviso a la gilada -que cada vez abunda menos,
por suerte- que soy tan poco afortunado en la inspiración que tengo que
recurrir a los paralelismos últimamente, de modo que no me lo hagan
saber: YA LO SÉ) se da de un modo bastante forzado, pero creo que se da y
trataré de explicarlo.
Clarín (lo que esa bosta representa, claro) se hubo jactado
siempre que no había gobierno que soportara una semana de tapas en su
contra. En esa aseveración había, claro, algo de cierto; porque en tanto dueños
de la palabra podían con ella voltear a quienes carecían de ella. Lo
hicieron, por supuesto, hasta con la dictadura genocida (remitirse a los
diarios del día siguiente de la rendición en Malvinas, y encontrarán que en
TAPA Clarín le enrostra los desaparecidos al gobierno, intentando pasar de
cómplice a denunciante).
Y, fundamentalmente, lo han hecho CONTRA Cristina. Cada día
han inventado una historia para embaucar a sus lectores (ya no sé si son
embaucados o cómplices). No obstante, la falta de arte en ellos (superlativa en
Sherezade) puesta frente a la inexorable realidad, les ha ido quitando aliento.
Peor aún, han superado por escándalo (perdón Pino, por utilizar tu estúpido latiguillo)
la cantidad prometida en el título del famoso libro: son más de 1001 tapas en
contra. Pero, lamentablemente para Clarín, ya no consigue con eso entretener a
la verdad. Entretener, es decir tener entre. ¿Entre qué? Entre mentiras, las
que ha multiplicado en todos los medios de que dispone. Otra vez, lo que se
aleja de la verdad no puede aspirar a convertirse en categoría universal. Han intentado
desviar, divertir a sus contertulios (entre otras acepciones, “divertir” quiere
decir verter por lugares distintos, algo así como desdoblar, hacer ir por otro
lado), manipular… y hasta hoy no han podido más que con la pobre minoría
estadística que los sigue. Cada día se ven constreñidos por la necesidad de
elaborar una nueva mentira para ganar un nuevo día…, para utilizarlo en la
elaboración de una nueva mentira, y así.
Pero al igual que Sherezade, extienden la agonía. Lo que los
hace peligrosos, es que no hacen literatura. Hacen política por todos los
medios de que disponen (y pueden acceder a CUALQUIER medio si quieren) para
defender sus intereses y los de la minoría que representan.
El anuncio reeleccionista de hoy, los enfrenta descarnadamente
a sus propias dificultades. Los acorrala, y habremos de estar atentos porque
las fieras acorraladas se tornan más peligrosas.
Afectuosamente
MAG.
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