MARTIN
MIGUEL DE GUEMES
8 de febrero de 1785 - 17 de junio de 1821
“Por estar a vuestro lado me
odian los decentes; por sacarles cuatro reales para que ustedes defiendan su
propia libertad dando la vida por la Patria. Y los odian a ustedes, porque, los
ven resueltos a no ser más humillados y esclavizados por ellos. Todos somos
libres, tenemos iguales derechos, como hijos de la misma Patria que hemos
arrancado del yugo español. ¡Soldados de la Patria, ha llegado el momento de
que sean libres y de que caigan para siempre vuestros opresores!”
Un
nuevo aniversario de la muerte de Güemes, impone el agradable deber de volver a
revisar su vida de entrega a la causa nacional. Con mayores razones de nuestra
parte en tanto una multiplicidad de factores encarnados por él han sido
reeditados, poniendo a salvo las obvias diferencias de época, en esta década
ganada.
Martín
Miguel de Güemes vivió y murió joven. Su historia, paralela a los albores
fundacionales, ofrece por donde se la observe pura intensidad. De exacta coherencia
con los tiempos de gesta libertaria que se viviera en todo el continente.
De
padre español y madre jujeña, recibió la educación que un niño de familia
acomodada podía recibir. A los 14 años, tras haber aprendido además los
rudimentos del trabajo de los campesinos, se enroló en el Regimiento Fijo de
Infantería. Como numerario de ese cuerpo, en 1805 debió partir a Buenos Aires.
La ciudad portuaria movilizaba hacia su territorio a todas las fuerzas
disponibles ante las inquietantes informaciones que circulaban acerca de
posibles invasiones por parte del imperio inglés. En 1806, consumada la primera
invasión, el joven soldado salteño participaría de la reconquista de la ciudad.
Un año después de aquellos primeros fogueos, Güemes protagonizaría una acción
que alcanzaría ribetes de inaudita hazaña: al frente de una partida de
caballería abordaría un buque inglés que había encallado en aguas del Río de la
Plata. Con poco más de 20 años, el soldado mostraba además de valentía, sentido
de la oportunidad y compromiso con la causa, valores que se profundizarían
durante los tres lustros siguientes.
Tras
los históricos episodios de Mayo de 1810,
ya incorporado al Ejército del Norte, sus dotes de hombre hábil para el
manejo de otros hombres y de situaciones complejas, le valieron para quedar al
frente de un escuadrón en la Quebrada de Humahuaca. Al desarrollarse la Batalla
de Suipacha, en noviembre, él y sus hombres tuvieron participación decisiva.
Fue triunfo, aunque no sirvió para consolidar la presencia de las fuerzas
patrióticas en la zona. Sobrevinieron tiempos aciagos para los heroicos
pioneros, aún así y por virtudes propias la foja de Güemes siguió engrosándose
de halagos. El atrevido joven, llegaba en pocos años al grado de teniente
coronel, y con ese cargo regresaba a su norte natal, a las órdenes de José de
San Martín.
La
guerra de posiciones, clásica entonces, en 1813 resultaba desfavorable para los
ejércitos revolucionarios, inferiores en recursos tecnológicos y armamentos.
Por esa razón Güemes incorporó una nueva táctica que consistía en ataques
sorpresivos, movimientos rápidos, y escamoteo permanente de presencia. La
cuestión pasaba por golpear, aún en pequeña escala, sin ser golpeado porque la
sumatoria de esas acciones indicaba desgaste al enemigo y confianza a la tropa
propia. Incluso de estas guerrillas participaba el pueblo profundo, gestando
una situación de valiente resistencia a los ultrajes que se sucedían por parte
de los invasores y sus socios de la oligarquía vernácula. La Guerra Gaucha, no fue
sólo necesidad histórica; fue también la síntesis que reunió los mejores
atributos de un hombre como pocos; de un independentista que al frente de
tropas mal equipadas y con cierto desdén por la disciplina supo ganarse el amor
del pueblo que luchó junto a él. El mismo pueblo que lo acompañó a tomar la
gobernación, frente a la resistencia de la clase dominante norteña que
pretendía eternizar sus privilegios. Los mismos hombres y mujeres de las
entrañas del pueblo que durante los seis años de ejercicio de gobierno se
mantuvieron fieles ante quien consideraban el protector de los pobres. No
podían hacer menos de cara al hombre que les había marcado el camino de plena
redención.
Su
muerte, producto de la miseria antipatria de la oligarquía, generó tristeza y
dolor entre el pobrerío y el gauchaje porque lo sentían parte de ellos. Las
multitudes doloridas, en esa pertenencia resumían el sentimiento mayor de ser
parte de un colectivo emancipador que en Güemes encontraba canal y
representación. Su vida, a despecho de la historiografía liberal auspiciada por
Mitre y lo que ese apellido representa, se evoca y reivindica como símbolo de
actitud y compromiso libertario.
Hay
entre aquellos hechos y el presente una serie de puntos de contacto y líneas
concordantes, legados de luchas colectivas que se han honrado y profundizado
con la llegada de Néstor Kirchner y la continuidad de la presidenta Cristina
Fernández. La clase oligárquica mantiene su mismo cariz elitista,
extranjerizante y egoísta; el pueblo, poseedor genuino de banderas
emancipadoras que no se han arriado jamás, resignificado y redignificado por
una década de logros, encuentra expresión en la figura histórica de Güemes y en
el bello presente que nos garantiza Cristina.
MAG
No hay comentarios:
Publicar un comentario